La asociación de los términos arquitectura y masonería no deja de ser una relación compleja en la medida que hay múltiples arquitecturas y la diversidad también caracteriza la masonería universal. La simbología de los elementos y de las construcciones masónicas no constituye, en sí mismo, un «estilo» arquitectónico.
Su variedad recorre a lo largo del tiempo la estética y la estilística de los modos y formas imperantes de construir y deriva de las inequívocas diferencias entre obediencias y ritualidades, incluso dentro de cada país. No obstante, siempre existe en el simbolismo arquitectónico como nexo común derivado de la «unidad de concepto» y de la «unidad espiritual» de la obediencia masónica. El resultado formal expresa la concordancia y la relación común en los símbolos utilizados.
No existe, pues, «estilo masónico» en la arquitectura que se produce por los artistas «iniciados en el Ars
Secreta», pero a lo largo del tiempo se ha configurado un metalenguaje que se reconoce en cualquier lugar y en cualquier época. Este lenguaje universal de la arquitectura masónica participa de un campo iconográfico que transciende estilos y de una simbología específica adaptada y adaptable a cualquiera de ellos. Todo depende de la intención de quien proyecta, de la tipología utilizada, del espacio de referencia, de la geografía dónde se ubica e, incluso, de las circunstancias políticas que la enmarcan.
El «Arte Real de labrar la Piedra Bruta» o «Arte de Construir el Templo», es entendido en masonería como un arte sagrado de conocimiento y de formación. Tiene su alcance tanto en el desarrollo de la ritualidad en el Templo, como en el orden de su espacio interior. La entrada porticada a la logia, la disposición y decoración de las columnas, la localización de los estrados, el damero mosaico del pavimento, la bóveda celeste estrellada, generan soluciones proyectuales de su espacio sagrado, reconocibles universalmente.
La ornamentación y el mobiliario sustentan otro notable simbolismo en los talleres en los que trabajan en la Institución.
Pero la estética y el simbolismo masónico no permanecen en el estricto ámbito interior de los templos. Transciende al mundo profano y se manifiesta en el espacio y los edificios de las ciudades, a veces de forma explícita y en ocasiones de forma sutil y encriptado. Las labores benéficas, caritativas y filantrópicas de los francmasones han llevado, especialmente en el mundo anglosajón, a la construcción de escuelas, hospitales, asilos…. e incluso iglesias (principalmente metodistas y anglicanas).
Los arquitectos a veces dejan huellas inequívocas de la procedencia del edificio por la utilización iconográfica y simbólica de la cosmogonía masónica. En otras ocasiones generan «ex novo» una nueva simbología que requiere de un estudio mucho más preciso para encontrar sus claves.
Para aproximarse a la verificación de una voluntad proyectual de un edificio masónico (con independencia de sus aditamentos y ornamentos) es preciso entrar en el estudio de sus formas, de sus
proporciones y de determinadas características que puedan -en cualquier estilo arquitectónico- haber sido utilizadas. Por ejemplo, la proporción aurea o proporción divina de Luca Pacioli, las relaciones aritméticas pitagóricas o la geometría – euclidiana- bajo la composición del 3 o del 7.
Una gran parte de la simbología que acompaña al edificio no es exclusiva de la francmasonería, y procede de múltiples influencias estéticas (orientales, religiosas, gremiales, mitológicas, alquimistas…).
Encontraremos, como ejemplo, la utilización del zodiaco, la bóveda celeste estrellada, el damero mosaico, la granada o el pelícano indistintamente en edificios profanos, ya sean civiles o religiosos o masónicos. Se aproximan más a la iconografía masónica, los elementos derivados del oficio gremial del constructor: la plomada, la paleta, el nivel, la escuadra o el compás, pero también resultan recurrentes en las edificaciones sin ninguna intención francmasónica. Y ocurre frecuentemente que manifestaciones arquitectónicas similares obedezcan a intenciones creativas muy distintas. Quizás pueden ser ejemplos claros de esta dualidad la construcción de pirámides, obeliscos o pórticos de entrada de dos columnas en los edificios o en altares.
Un esclarecedor ejemplo de lo comentado lo podemos encontrar en la Capilla Mayor de la Iglesia de El
Salvador, en Santa Cruz de Tenerife. En ella apreciamos:
- Dos columnas en el Altar Mayor (Jakim y Boaz)
- El ojo de Dios, Tetragrama o Delta luminoso en el frontispicio, contemplando su creación.
- El sol y la luna alusivos a la generación de la vida.
- El Evangelio de San Juan.
Las metáforas simbólicas proyectadas se encuentran encriptados en un discurso altamente cristiano, que
permite la dualidad interpretativa, pero plenamente coherente. El iniciado percibirá soluciones propias de la Orden y el católico lo interpretará con las claves establecidas por el conocimiento del propio culto cristiano.
Si analizamos ahora el estilo arquitectónico del proyectista «iniciado», vemos que puede acudir a cualquiera de ellos, si bien son recurrentes las preferencias por estilos de alto contenido simbólico o de claro rigor proyectual. También puede ejercitar su creación a través de composiciones muy personales y libres. En el primer caso, la egiptomanía ha sido paradigmática por sus evocaciones sincréticas, babilónicas y neo egipcias. En la utilización del rigor compositivo, donde la geometría y la aritmética cumplen papeles notables, el neoclasicismo (Vitrubio, Paladio…) y el racionalismo (Bauhaus) han sido estilos preferentes. En el ejercicio proyectual de libre creación se ha recurrido al modernismo como aproximación a una concepción edificatoria naturalista (Gaudí).
Interesa subrayar ahora aquella arquitectura que difícilmente puede confundir la voluntad proyectual del
ejercicio masónico. Corresponde, principalmente a los homenajes escultóricos y a la arquitectura funeraria: panteones, lápidas, tumbas a miembros de la orden (p.ej. los tres Presidentes de la Primera Republica). Es en esta obra en la que el artista masón, siendo consciente del conjunto iconográfico que utiliza, la simbología masónica resulta inconfundible.
El Arte Real, no arbitrario, trasciende de la simple ornamentación circunstancial y se convierte en un
metalenguaje inequívoco a la sociedad iniciada. Podríamos concluir que la estética masónica presenta un
mismo lenguaje bajo cualquier velo. Para desvelar el simbolismo se requiere entender una de las formas de lenguaje más arcaico del pensamiento humano: pensar en imágenes.
El simbolismo se basa en la correspondencia entre todos los órdenes de la realidad y tiende puentes entre psique y espíritu. Rompe el plano meramente racional y se introduce en el universo de múltiples dimensiones, alegórico, ambiguo y rico en sugerencias. Y, aunque cada símbolo posee un valor por si mismo, necesita de una interpretación y de una predisposición para jugar con la estructura de la mente y resolver lo equivoco de su significado optando por el más adecuado.
Para descodificar el luminoso contenido simbólico de la cosmogonía masónica es preciso efectuar estudios contextualizados en sus entornos espacial, temporal y estilístico. Es preciso trabajar sobre la semántica de los símbolos a través del conocimiento del código o hermenéutica. René Guenón ya lo sintetizó de manera precisa «El simbolismo es una ciencia exacta y no una libre ensoñación en la que las fantasías individuales puedan tener libre curso».
Visualizar las expresiones en la ciudad de la historia, de los emblemas y de las obras edificadas por masones o para rendir homenaje a sus hombres ilustres, es el ejercicio que ahora se presenta para Madrid y Canarias.
Madrid, Febrero 2024.
Acad
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